Adam tiene 14 meses y un cáncer en los ojos que le ha cegado y que hay que extirparle para que no termine con su vida. Sus padres vinieron desesperados desde Marruecos y piden humanidad al Ingesa para trasladarle y operarle
Si todo va bien, los médicos le extirparán los ojos. Impedirán así que el tumor se siga propagando a otras partes de su cuerpo. Si va mal, morirá. Es el baño de realismo que empapó a sus padres cuando en enero consiguieron reunir dinero y llevarle a Rabat para que un especialista le curara. Cuando Adam nació hace poco más de un año era un niño como otro cualquiera. Sus padres, Fatima y Abdelkrim, alumbraban al séptimo de sus vástagos ilusionados y trabajando por sacarlos adelante con el dinero que el padre llevaba a casa con su trabajo como mecánico. Una vida modesta, pero feliz en una casita que el padre de Fatima les dejó para vivir en Tetuán. En la última Hachura, los regalos que reciben los niños musulmanes, Adam recogió su juguete feliz y cuando comenzó a sonar música la buscaba con el oído. No le importaba la forma del muñeco, tan sólo el sonido. Y sus padres sospecharon que algo no iba bien.
En Tetuán les dijeron que tendría que verles un especialista en Rabat y toda la familia y los amigos contribuyeron para que pudieran pagar la consulta. Fue el pasado mes de enero y a Fatima aún se le encoje el alma al recordarlo. “Nos dijo que era necesario operarle, que tenía un tumor en sus ojos que ya le había dejado ciego, que había que sacárselo, quitarle los ojos y así al menos se impediría que se extendiera. Y que costaría 8 millones de dirhams”. Entonces los padres le explicaron que no tenían dinero y él “dijo que cuando tuviéramos regresáramos”. Fue entonces, cuando con su hijo en brazos, desesperados, decidieron venir a España. “Muchos nos lo habían dicho, pero no nos lo habíamos planteado hasta que nos vimos tan desesperados... incluso pensamos en vender la casa que nos dejó mi padre, ¿pero bajo qué techo vivirían el resto de nuestros hijos?”, explica la madre angustiada recordando aquella toma de decisión.
Entonces su padre, que trabajaba como maquinista en la construcción en la ciudad, vino con el niño desesperado. El caso llegó a oídos de la UCIDCE, que decidió pagarle una consulta con un doctor que le remitió al Hospital Universitario por Urgencias “porque había que evacuarlo porque se está desarrollando el tumor y o lo operan o se muere”, explica la madre. Llegaron pero volvieron a darle el alta “y en Tetuán comenzó a empeorar, con mucha fiebre y una infección terrible en los ojos que ya no podía ni abrirlos”. El martes decidieron volver “porque no podía seguir viendo sufrir a mi hijo, con quejidos del dolor y no podemos quedarnos cruzados de brazos”. Se formalizó el ingreso y ahora “poco a poco se le va curando la infección, ya abre un ojito y lo único que pedimos es que por favor lo evacuen para que lo operen”. Los vecinos de Poblado de Regulares, barriada en la que conocieron al padre, se han implicado con la causa y el presidente acompaña al niño y a la madre en la habitación, junto a una voluntaria que la Asociación de Lucha contra el Cáncer tiene en el hospital para apoyara los enfermos, Haduch Abdeselam. Piden a la Delegación Provincial del Ingesa que “por favor no rechacen la petición de traslado, que se mire más por la humanidad que por la nacionalidad en este caso en el que jugamos contrarreloj para salvar la vida de un niño”.
La madre le mira jugar desde un sofá en la habitación del Hospital Universitario y explica que no duerme por las noches porque se las pasa “pensando en mis otros hijos, en que están tristes por su hermano... si hubiese nacido ciego pues ya está, pero esta enfermedad del cáncer de la que apenas sabía nada... es muy mala”, lamenta explicando que ahora una de sus hermanas atiende a sus otros hijos de 17, 14, 12, 7, 6 y 4 años. “Todos son estudiantes y muy buenos, pero Adam es el más cariñoso y también es tranquilo... yo no quiero que sufra... los padres tienen que hacer lo posible para salvar a un hijo...”, dice pidiendo comprensión y negándose a perder la esperanza para que se salve. Una operación en el Virgen de la Macarena es esa esperanza. Tan lejos y tan cerca. Como la vida de Adam. A veces, es mejor no mirar. Es la frontera de la vida.
En Tetuán les dijeron que tendría que verles un especialista en Rabat y toda la familia y los amigos contribuyeron para que pudieran pagar la consulta. Fue el pasado mes de enero y a Fatima aún se le encoje el alma al recordarlo. “Nos dijo que era necesario operarle, que tenía un tumor en sus ojos que ya le había dejado ciego, que había que sacárselo, quitarle los ojos y así al menos se impediría que se extendiera. Y que costaría 8 millones de dirhams”. Entonces los padres le explicaron que no tenían dinero y él “dijo que cuando tuviéramos regresáramos”. Fue entonces, cuando con su hijo en brazos, desesperados, decidieron venir a España. “Muchos nos lo habían dicho, pero no nos lo habíamos planteado hasta que nos vimos tan desesperados... incluso pensamos en vender la casa que nos dejó mi padre, ¿pero bajo qué techo vivirían el resto de nuestros hijos?”, explica la madre angustiada recordando aquella toma de decisión.
Entonces su padre, que trabajaba como maquinista en la construcción en la ciudad, vino con el niño desesperado. El caso llegó a oídos de la UCIDCE, que decidió pagarle una consulta con un doctor que le remitió al Hospital Universitario por Urgencias “porque había que evacuarlo porque se está desarrollando el tumor y o lo operan o se muere”, explica la madre. Llegaron pero volvieron a darle el alta “y en Tetuán comenzó a empeorar, con mucha fiebre y una infección terrible en los ojos que ya no podía ni abrirlos”. El martes decidieron volver “porque no podía seguir viendo sufrir a mi hijo, con quejidos del dolor y no podemos quedarnos cruzados de brazos”. Se formalizó el ingreso y ahora “poco a poco se le va curando la infección, ya abre un ojito y lo único que pedimos es que por favor lo evacuen para que lo operen”. Los vecinos de Poblado de Regulares, barriada en la que conocieron al padre, se han implicado con la causa y el presidente acompaña al niño y a la madre en la habitación, junto a una voluntaria que la Asociación de Lucha contra el Cáncer tiene en el hospital para apoyara los enfermos, Haduch Abdeselam. Piden a la Delegación Provincial del Ingesa que “por favor no rechacen la petición de traslado, que se mire más por la humanidad que por la nacionalidad en este caso en el que jugamos contrarreloj para salvar la vida de un niño”.
La madre le mira jugar desde un sofá en la habitación del Hospital Universitario y explica que no duerme por las noches porque se las pasa “pensando en mis otros hijos, en que están tristes por su hermano... si hubiese nacido ciego pues ya está, pero esta enfermedad del cáncer de la que apenas sabía nada... es muy mala”, lamenta explicando que ahora una de sus hermanas atiende a sus otros hijos de 17, 14, 12, 7, 6 y 4 años. “Todos son estudiantes y muy buenos, pero Adam es el más cariñoso y también es tranquilo... yo no quiero que sufra... los padres tienen que hacer lo posible para salvar a un hijo...”, dice pidiendo comprensión y negándose a perder la esperanza para que se salve. Una operación en el Virgen de la Macarena es esa esperanza. Tan lejos y tan cerca. Como la vida de Adam. A veces, es mejor no mirar. Es la frontera de la vida.
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